Confiar en Dios no es cerrar los ojos a la realidad, sino abrir el corazón a la esperanza que solo Él puede dar. La Biblia nos dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5-6).
Cuando todo parece perdido, confiar en Dios significa creer que Él sigue teniendo el control, aunque nosotros no entendamos lo que pasa. Abraham confió cuando Dios le pidió salir sin saber a dónde iba (Hebreos 11:8). Job, en medio del dolor y la pérdida, declaró: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). Y Jesús mismo, en la cruz, entregó su vida diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).
Para nosotros, los misioneros samaritanos, confiar en Dios en esos momentos significa seguir actuando con amor, aunque el panorama sea oscuro. Es seguir visitando al enfermo, consolando al triste, compartiendo el pan con el hambriento, aun cuando nosotros mismos tengamos pruebas.
Confiar en Dios es decir: “Señor, no lo entiendo, pero sé que estás conmigo y no me abandonarás”. Como promete Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”