La Biblia nos enseña que Dios creó al ser humano con libertad para elegir entre el bien y el mal. Él no nos obliga a amar ni a hacer el bien, porque el amor verdadero nace de una decisión libre. Por eso, muchas injusticias provienen de las malas decisiones de las personas, no de la voluntad de Dios. Como dice en el libro de Deuteronomio: “Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… escoge, pues, la vida” (Deuteronomio 30:15-19).

Dios no es indiferente al dolor causado por la injusticia. La Palabra dice: “Jehová ama la justicia y no desampara a sus santos” (Salmo 37:28). Y Jesús nos mostró con su vida que el amor es más fuerte que el mal: sanó a los enfermos, defendió a los pobres, abrazó a los marginados.
El Señor permite que la injusticia exista porque nos da la libertad, pero también nos invita a ser parte de la solución. Como misioneros samaritanos, estamos llamados a luchar contra la injusticia con obras de amor: ayudar al necesitado, denunciar lo que oprime, consolar al que sufre y llevar esperanza. Así cumplimos el mandato de Miqueas 6:8: “Lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia, y humillarte andando con tu Dios.”
De esta manera, aunque exista la injusticia, somos testigos del amor de Dios que transforma el mundo.