La existencia del mal en el mundo no significa la ausencia de Dios, sino la ausencia del amor que Él nos enseñó. Dios nos dio libertad para amar, pero también para decidir mal. Jesús no prometió un mundo sin dolor, pero sí prometió estar con nosotros en medio de él:
“En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Dios no se aleja de los conflictos; está en cada persona que trabaja por la paz, en cada misionero que lleva pan al hambriento, en cada corazón que perdona.
La Fraternidad del Buen Samaritano está llamada a ser ese rostro de Dios que sana las heridas del mundo, demostrando con obras que el amor de Cristo aún tiene poder para transformar la historia.